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jueves, 3 de marzo de 2011

No se permite la entrada a perros ni a homosexuales

Escena 18

Asesino:

Ahora las estadísticas sobrepasan todas las expectativas, que importan en este momento 35 muertos, frente a los 50.000 que no se cansan de anunciar, el amarillismo de los medios no tiene límites, con cada emisión nuestra hambre de sangre se sacia. Hace unas horas eran unos cientos, ahora esperamos el momento en que ese rango sea superado por cientos de miles. Esos mismos que consciente o inconscientemente sintonizaban sus deseos de tragedia. ahora a quien han de echarle la culpa por las muertes de lo que ellos llaman inocentes, porque seguramente los culpables siguen vivos y juegan a las cartas mientras pasa el caos y pueden repartirse lo que quede. Los que murieron mientras bailaban o mientras hacían el amor, no se dieron cuenta de nada, nunca se dieron cuenta de nada, seguían bailando y follando mientras la tragedia se cernía sobre sus cabezas. Todos somos unos cobardes, añorando la guerra con la cobardía del paralitico, del enfermo que sabe que esta exento del combate, del que sabe que su sangre no es la que se derrama y no serán sus miembros los que se coman los gallinazos en el festín de la desolación.
Y seguimos vivos, ahora enfrentados a la reflexión que antes evadíamos y posponíamos dejándosela a otros menos escrupulosos. Que viva la guerra que enfrenta a los vivos con la muerte, a los cobardes con el miedo y a los indiferentes con las perdidas
 la muerte no se sacia tan fácilmente, no se alimenta de estadísticas ni de malos augurios, de cuando en cuando, su bostezo nos advierte que ella no se juega, cuando las enfermedades que nos inventamos no son suficientes, cuando los dictadores que creamos no son suficientes, cuando la miseria que repartimos no es justa, cuando el dolor ya no nos satisface, entonces aparece como hija del hambre, único dios inmortal y con su aliento nos recuerda que nuestros pequeños inventos y nuestros grandilocuentes razonamientos son solo lenguajes de un sueño, o de una pesadilla y que lo que construimos mirando al cielo, nos sepulta y se convierte en tumba. Ella como yo, solo atiende a su naturaleza y al llamado de los hombres que en sueños la llaman impertinentes dudando del poder de sus deseos.

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